GRAN CANARIA EN SU ENCRUCIJADA (b)

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lunes, 18 de octubre de 2010

LOS TALIBANES, SU HISTORIA Y EL VALLE DE LOS CAÍDOS



LOS TALIBANES, SU HISTORIA Y EL VALLE DE LOS CAÍDOS
Los talibanes, muy suyos que son cuando se enseñorean por sus tierras, decidieron un buen día que había que hacer desaparecer las gigantescas figuras talladas en la roca que recordaban una pasada historia budista que ponía de relieve que un día lejano en el tiempo el suelo propio fue hollado por personajes que no eran dignos de permanecer representados con efigies en modo alguno porque recordaban y testifican que algún día, aunque fuera pretérito, muy pretérito, fueron los señores de esa tierra y, como señores que fueron, dominaron e impregnaron en su población, allá por el siglo III, una cultura de la que no debe quedar el menor vestigio, piensan los talibanes, pues fue sustituida por la cultura y fe islámica a partir del siglo VII con la conquista de esa tierra por el Islam. Todo un acto de patriotismo el de estos talibanes, autoerigidos guardianes de los valores de Afganistán de todos los tiempos que tuvieron algo que ver con el Islam aunque excluido aquél tiempo que dejó constancia de su paso con budas gigantes, uno de ellos la más grande efigie de Buda que existía en el mundo, prueba irrefutable que hubo tiempos en los que en Afganistán el Budismo tuvo sus reales.
En los dominios talibanes de Afganistán sólo impera la razón del fundamentalismo y todo lo que no case con esas creencias tremendistas en sus maneras de interpretarlas y ponerlas en práctica debe ser suprimido, destruido, poniendo así de relieve la intolerancia que impera en ese mundo talibán. La destrucción de dos de las efigies de budas gigantes, uno de ellos único en el mundo por su tamaño, es una prueba de cómo la obcecación puede destruir tesoros culturales de la importancia de estos budas, a pesar de la intervención de importantísimas instituciones mundiales, también del mundo islámico, acerca del poder talibán para que no fuesen destruidas.
En España también tenemos tesoros arquitectónicos en los que se reflejan las diferentes culturas que un día, algunos muy lejanos, pasaron por la Piel de Toro. Como ejemplo podemos citar dos referentes al paso del Islam por España como la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba. No es imaginable que a nadie en España se le pudiera ocurrir el destruir estas joyas sólo para que nadie pueda pretender que su presencia física puede influenciar y significar, de alguna manera, una vuelta a la cultura islámica. Es un río de oro que diariamente corre a través de Granada y Córdoba dejando tras de sí unos ingresos cuantiosos y muy significativos en la economía de esas dos ciudades.
No obstante el respeto y mimo que reciben en España los vestigios de pueblos que pasaron por Ella en tiempos muy lejanos, no podemos decir que ocurra lo mismo con aconteceres que han tenido lugar en España en tiempos recientes que, aunque ya forman parte de nuestra Historia, hay núcleos políticos ¡por siempre la política! que están empeñados en borrar y escribirla de nuevo según sus respectivas ‘imágenes y semejanzas’ y según corresponda dar ‘carnaza’ a sus respectivas parroquias. ¡Craso error! La Historia siempre prevalece y todos los esfuerzos que se hagan para tergiversarla es tiempo perdido porque siempre saldrán plumas eruditas que separarán la paja del trigo y pondrán negro sobre blanco de cuál ha sido la verdadera Historia y cuál la inventada y ficticia. Por muchos cambios interesados que hoy se quieran dar a nuestra Historia reciente, siempre prevalecerá, con los fallos inevitables, la verdadera Historia.
En lo que a esa Historia reciente se refiere, podemos decir que hay en marcha de forma soterrada una operación desquiciada que va orientada a ‘trastocar’ todo lo ocurrido en el siglo pasado en la España de los años treinta a los setenta y escribirlo según deseos e intereses políticos y populistas de una serie de políticos que no dudan en inventarse cualesquiera hechos disparatados si con ello obtienen un rédito político. El daño que se le origina a la juventud de sus respectivas comunidades no cuenta para ellos y crean una Historia de invención con pasajes que nunca fueron como son enseñados en las escuelas de algunas autonomías españolas, especialmente en la de Cataluña.
El gran disparate se está cometiendo en el Valle de los Caídos en que fuerzas que están contra los hechos de nuestra Historia reciente se empeñan en destruirlo y demolerlo tratando de sustraer a nuestros descendientes uno de los vestigios más relevantes de nuestra Historia, un monumento impresionante de nuestra Historia reciente donde descansan restos de unos 40.000 españoles de los dos bandos enfrentados en nuestra Guerra Civil de los años treinta del pasado siglo, representando algo que nunca más debe ocurrir en España: una lucha fratricida entre españoles. La ‘operación’ “destruir el símbolo Cruz de los Caídos” por haber sido levantado en la etapa de la Dictadura es una ‘movida’ que solo puede tener cabida en mentes obtusas, enrevesadas, torticeras y simplistas que pretenden hacer olvidar a los españoles, especialmente a nuestra juventud, que en España no sólo murieron españoles de un bando en la Guerra Civil de los años treinta y que el Valle de los Caídos es un homenaje a todos los muertos de los dos bandos, creyéndose estos ‘forjadores de la Historia’ en el derecho de asumir en nombre de todos los que les han votado en las urnas -cuyos criterios nunca son preguntados ni tenidos en cuenta en decisiones importantes- el demoler piedra a piedra el monumento a todos los que murieron por España, de las dos Españas de la época, despropósito descomunal en el que están entregadas fuerzas miopes y retrógradas que algún día el historiador, lejos de pasiones políticas, los describirá como los talibanes españoles que quisieron borrar páginas imborrables de la Historia de España, la Nación europea cargada de más Historia y gestas sublimes de todos los tiempos. El heroísmo derrochado en la guerra civil española por los dos bandos debe ocupar su lugar y sobresalir de forma inequívoca en nuestra Historia.
Las Palmas de Gran Canaria, 16 de octubre de 2010
Daniel Garzón Luna

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